miércoles, noviembre 11

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Desde hace dos semanas mi padre ha estado internado en el hospital, el asunto es hepático y no parece ir mejorando. De pronto todo es irreal y cansado. Hay mañanas en las que a través de la ventana el amanecer es hermosamente suave, hay tonos pastel y claridad impresionante  en las líneas de los cerros.

El claustro es cansado, hay quejidos todo el tiempo e historias de pasillos, familiares y caras largas. Hay también historias de caras iluminadas, pero son en menor proporción. La tregua nocturna baja el ritmo de la vida, se vuelve un coma, un espacio donde no se le permite avanzar a nadie, ni a la recuperación, ni tampoco a la enfermedad.

Todo momento me asalta la duda, de si será está la última vez que le veré sentado, o de si será la última anécdota que escucha de viva voz.

Todo es una fuga, un miedo constante, un quejido que se alarga más de lo necesario.