El escritorio ha comenzado a llenarse poco apoco de los breves pendientes que van tomando la semana como un rehén
desconcertado, se van apilando uno a uno, ignorándose mutuamente. Por mi parte,
los regresos en el camión suelen ser el momento ideal para entrar al imaginario que surge de las palabras
de un extraño. He tenido algunos golpes de suerte mientras el sol va llegando
de poco a poco y el cuarto se tiñe de verde, la cortina falla en su promesa
absurda de impedir el despertar.
En especial el invierno es un
momento que debería tener una claridad abrumadora en los que lo transitamos,
vivimos y nos dejamos llevar. es el momento cumbre de la visibilidad (dejando
brevemente de lado los episodios en los cuales la neblina ataca y los vuelos se
desvían) los cerros parecen tener unos colores tan exactos y la nitidez nos hace pensar que no puede ser real tener
una visión tan impactante. los olores son una especie de reminiscencia que van
marcando un camino, las chicas van como dejando una senda que brevemente y con desconfianza
pretendemos seguir al voltear y tratar de recordar que es lo que nos trasmite
directamente ese aroma.
Un breve salón abarrotado de
gente conversando mientras el profesor sigue llenando el pizarrón de fórmulas,
algunos cambian de lugar para tener una mejor visión, estoy seguro que la chica
que se encuentra a dos asientos usa el mismo perfume.
El semáforo ha cambiado
repentinamente, el golpe absoluto para continuar con el regreso.