miércoles, diciembre 10

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Gracias querido Thompson por demostrarme que uno puede tener la náusea constante incluso en lugares cercanos, tener un extrañamiento absurdo, una nostalgia inversa; aborrecer las ciudades conocidas y los habitantes que conllevan, quienes desde su trinchera premeditada siguen atacando a quien afronte el paso.


Está ciudad no es para mí, ni para cualquiera que se jacte de tener algo de autoestima; todo te va exprimiendo como queriendo sacarte la vitalidad, quieren desgastarte, quieren dejarte en algún lado donde no estorbes, quieren que dejes de quejarte y ser un imbécil, quieren que dejes de enviar mensajes, que dejes de escribir la escoria que tecleas. De pronto sentir el rigor de la noche y dejarte llevar por la parte más molesta de todo el asunto: quedare en casa y tener la certeza de que no debiste salir, debiste estar encerrado, bajo las cobijas, entre las cortinas y la calma absoluta de las rutinas ajenas.