martes, diciembre 2

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He dejado de tomarme el medicamento la mañana de hoy, justo en medio de una llovizna invernal y el resfriado por excelencia. Después de unas semanas de locos entre tragos y medicación absoluta, los regresos con nauseas, las mañanas con jaquecas interminables y el optimismo idiota de una ciudad mejor, en donde la gente suele ser amable. He tenido unas semanas con un optimismo del que no hay escape, y las cercas que extiende el mal humor se encuentran lejos de esta ciudad. al final no tengo a donde ir –como siempre-. Me acompañan algunas calles solitarias por el centro de la ciudad, las conversaciones de extraños que nunca me aburren, las discusiones por teléfono de la chica del asiento posterior, los consejos de extraños y todo aderezado con la nostalgia de saberte en un mejor lugar.

En el poco tiempo me he dado cuenta de la soledad que se experimenta al transitar la vida; de lo callado que se pone el centro de la ciudad en diciembre, de la oscuridad que te cobija mientras das la vuelta en una esquina. No he gustado de pedir indicaciones y si errado sé que es lo correcto en el momento.


Prometo que al final de todo, realmente quería ayudar y hacer de este lugar un espacio menos jodido. Mejor que cualquiera, pero he olvidado todas mis creencias en la ropa sucia, así que tendrán que esperarme para saber qué es lo que quiero para mí.