He dejado de tomarme el
medicamento la mañana de hoy, justo en medio de una llovizna invernal y el
resfriado por excelencia. Después de unas semanas de locos entre tragos y medicación
absoluta, los regresos con nauseas, las mañanas con jaquecas interminables y el
optimismo idiota de una ciudad mejor, en donde la gente suele ser amable. He
tenido unas semanas con un optimismo del que no hay escape, y las cercas que
extiende el mal humor se encuentran lejos de esta ciudad. al final no tengo a
donde ir –como siempre-. Me acompañan algunas calles solitarias por el centro
de la ciudad, las conversaciones de extraños que nunca me aburren, las
discusiones por teléfono de la chica del asiento posterior, los consejos de
extraños y todo aderezado con la nostalgia de saberte en un mejor lugar.
En el poco tiempo me he dado
cuenta de la soledad que se experimenta al transitar la vida; de lo callado que
se pone el centro de la ciudad en diciembre, de la oscuridad que te cobija
mientras das la vuelta en una esquina. No he gustado de pedir indicaciones y si
errado sé que es lo correcto en el momento.
Prometo que al final de todo,
realmente quería ayudar y hacer de este lugar un espacio menos jodido. Mejor
que cualquiera, pero he olvidado todas mis creencias en la ropa sucia, así que
tendrán que esperarme para saber qué es lo que quiero para mí.