"Dans une ville si petite qu'il n'y a pas échapper à vous
Dans une ville si petite qu'il n'y a pas d'échapper à vueDans une ville si petite qu'il ne reste rien à faire"
Hace cuatro años falleció mi
abuela entre la agitación extrema y movimientos diurnos de camillas; las calles
siguen el mismo ritmo que cuando ella estaba viva, las ventanas dejan entra un
poco más de luz, pero todo se mantiene en una penumbra eterna, una que nadie
termina de disipar. todos tenemos la certeza de la muerte, solo que en mi
familia, sigue una regla estricta: los años que no vivas, se pasan directo al primogénito,
y viceversa. mi abuelo abusa de todo lo que ha sucedió, mi padre por su parte
se ha dejado de lado esa discusión, no quiero ser yo quien viva sus años, ni
quien malgaste las mañanas caminando con el fresco y el olor a hierbas. no
quiero ser el de las rutinas disparatadas y las ocurrencias matutinas, pues aún
le queda rato a todo eso y no quiero darle una tajada en el momento menos
indicado.
Fuera del ritual absurdo de dejar
de existir, hay un sentimiento de unión que nos mantiene al borde del abrazo. ¿Se
han perdido en algún piso de hospital mientras buscan a un familiar? hay
personas que no reciben visitas, no porque no lo quieran, pero te miran con
sorpresa como queriendo que no hubieras errado, algunos piden que les acomodes
la almohada o que les alcances la biblia; pocas veces quieren que les busques a
una enfermera, pues las enfermeras siempre son diferentes, han pasado tanto
tiempo ahí, que todo es parte de un trabajo.
Otras veces, en distintos
tiempos, me ha dado la necesidad de salir por un cigarrillo; los semáforos se
mantienen sincronizados aún y cuando los vehículos no lo hacen del todo. las
calles son como pequeñas capillas donde los indigentes llevan las plegarías que
acumularon durante el día. al final de todo, no hay soledad más grande que la
de dos memorias que se encuentran por casualidad, y queriendo olvidarse,
pretenden no verse.