Es marzo y ha estado lloviendo un
chingo; casualmente el día de hoy la lluvia se ha calmado algo, pero el suelo
sigue teniendo ese color obscuro y en el ambiente hay ese olor que se desprende
entre los árboles y la tierra mojada. Encima de todo eso llegas entre la fila de personas pidiendo tu
ticket para entrar, puedo distinguir tu chaqueta, tus tenis rojos y el andar
entre las personas que se atraviesan.
¿Quién quiere dormir cuando el
futuro se acurruca junto a mí?
La lluvia sigue en su refugio
lejos de nosotros, la plaza está sola y los cotorros están tratando de tomar
una siesta. No puedo negar que mi mano ha encontrado a la tuya, no es una
casualidad. Las personas sobre Morelos cantan y siguen su rutina de miércoles
mientras atravesamos brevemente su espacio y decidimos interceder para dar algo
de variedad a las caras de siempre. Mientras las palabras se nos esfuman con
suavidad, parecen guiarnos dentro de un monterrey distinto, tengo en claro que
he pasado tantas veces por esas banquetas, pero no tengo la certeza de haber
estado ahí. Hoy es algo distinto y la ciudad cierne sobre nosotros un espacio
de tolerancia; poco a poco el oleaje de autos nos marca una pauta para estar;
somos personas estando.
Tu cabeza se reclina suavemente
sobre mi hombro, el edificio latino nunca se vio tan grande, las luces de las
oficinas se van apagando paulatinamente y el sonido del tráfico disminuye,
monterrey está yendo a dormir, nosotros estamos dándole el arrullo que
necesita, la pausa a su ajetreo; tus labios preguntan, es una respuesta que
puedo dar. Las respuestas son tus brazos alrededor mío, tu rostro explorando mi
rostro tratando de tener una certeza mayor en el sabernos. Mujer, te cargas
unos ojos que pueden ser fulminantes. Así es como se siente el futuro, la
calma, el ruido excesivo se difumina entre las luces frías, los pasos lentos,
tu aroma rondando; Monterrey no parece tan malo después de todo, es decir te
tiene a ti.