El lugar parece ser el mismo de
siempre, sin embargo está lleno de personas distintas. Nunca se me da bien esto
de ser fantoche y escribir en público y con el café en la mesa y pretenderme
otro mientras las personas me ven a lo lejos desde las mesas distintas y las
mismas tazas.
En alguna mesa de estas
comenzamos el pacto, ese que nos mantiene con la idea, con la ciudad en una
frecuencia soportable. Han pasado 12 meses y seguimos en el atolladero.
Nuestra mesa está ocupada por un
par de viejos, postura corporal que habla de un interés mutuo; probablemente
son amigos y se están poniendo al día y los acecho desde la orilla y ellos no
lo saben del todo.