Gracias querido Thompson por
demostrarme que uno puede tener la náusea constante incluso en lugares
cercanos, tener un extrañamiento absurdo, una nostalgia inversa; aborrecer las
ciudades conocidas y los habitantes que conllevan, quienes desde su trinchera
premeditada siguen atacando a quien afronte el paso.
Está ciudad no es para mí, ni para
cualquiera que se jacte de tener algo de autoestima; todo te va exprimiendo
como queriendo sacarte la vitalidad, quieren desgastarte, quieren dejarte en
algún lado donde no estorbes, quieren que dejes de quejarte y ser un imbécil,
quieren que dejes de enviar mensajes, que dejes de escribir la escoria que
tecleas. De pronto sentir el rigor de la noche y dejarte llevar por la parte
más molesta de todo el asunto: quedare en casa y tener la certeza de que no
debiste salir, debiste estar encerrado, bajo las cobijas, entre las cortinas y
la calma absoluta de las rutinas ajenas.